aunque no pertenezca a mi familia
y aunque quizá sea un artista de la televisión
o bien alguien que siquiera sabía que existía,
me aseguro de no sollozar.
De no sollozar
y tampoco de reflejar
en los músculos de la cara
cómo se entrecorta
mi respiración.
Es que cada que me llega
la noticia de una muerte,
pienso si yo sobreviviré a la de mis padres;
si la de ellos será para mí
como desbandada de pájaros reflejados en el mar
o más bien,
uno de esos dolores
por los que los amigos dejan de verte
en sus reuniones por
mucho
mucho
tiempo.
Ay, y pensar que serán dos
y no una
o ninguna
las ausencias que tendré como fotografías
en la alcoba de la casa
los huecos en mi vida
sin haberlos cavado
los espacios en mis brazos
que tendrán que irse abarcando
los lugares en la agenda telefónica
que tendré
que cancelar. Y ni modo.
Y además,
en momentos
distintos:
para que aprenda
que la vida
sabe
cómo
repetirse.