sábado, 25 de julio de 2009

Protocolo







Cargamos con caras  dentro del equipaje
con las que audicionamos en el grupo de Todos,
el que no le pertenece a nadie:
el de los desposeídos:
los que regalamos gestos, palabras como dulces,
compañías lacias;
hostil ritual, inhalándolo impacientemente,
sangrándonos los ojos.

Sabemos que nos volveremos a ver,
a compartir, paradójicamente, sin dar,
sin extender la mano.

Sobreviviendo del aliento mutante que
apaga las noches, que nos alimenta y
a la vez nos deja con sed para  regresar
a beber sórdidas respuestas.

Ahí esta, el vaivén cotidiano del coctel de lo imprescindible:
otra noche, este lugar, aquella bebida, tres personas nuevas;
monólogo multitudinal. Nunca fue tan fácil predecir el mundo.

Andamos sin guardarnos los gustos,
complaciendo con el protocolo nocturno,
sin saber que nos compartimos entera pero desvanecidamente:
sin vernos, sin hablarnos, sin oírnos, sin poseernos,
a partes, obtusas siempre.

Mortajadas, siempre a mortajadas.


Invitación



Ciño a mi cuerpo navajas
que liquidan mi piel con
el menor movimiento.

No tardes, puedo vaciarme y
el nacimiento de costras dificultará
tu hospedaje.

Dos voces tomando el mismo
cuerpo de estancia: arrullándonos,
confiando en la espesa sangre acorralada
entre sus pensamientos y amoldándonos a él,
donde en tan poco espacio no hay lugar para
resentimientos, para dudas, para malos momentos.

Da dos pasos, quizá  reconozca
las huellas sin conocerlas,
apóyate en la pared que prefieras y hazle el amor:
tu olor impregnado en ellas conmoverá mis recuerdos.
En el vacío de los lugares grita dejando instrucciones de tu paradero,
la resaca de tu eco me aconsejará donde buscarte.