

Cargamos con caras dentro del equipaje
con las que audicionamos en
el grupo de Todos,
el que no le pertenece a
nadie:
el de los desposeídos:
el de los desposeídos:
los que regalamos gestos,
palabras como dulces,
compañías lacias;
hostil ritual, inhalándolo
impacientemente,
sangrándonos los ojos.
Sabemos que nos volveremos a ver,
Sabemos que nos volveremos a ver,
a compartir, paradójicamente,
sin dar,
sin extender la mano.
Sobreviviendo del aliento
mutante que
apaga las noches, que nos
alimenta y
a la vez nos deja con sed para
regresar
a beber sórdidas respuestas.
Ahí esta, el vaivén cotidiano del coctel de lo imprescindible:
Ahí esta, el vaivén cotidiano del coctel de lo imprescindible:
otra noche, este lugar,
aquella bebida, tres personas nuevas;
monólogo multitudinal. Nunca
fue tan fácil predecir el mundo.
Andamos sin guardarnos los gustos,
complaciendo con el
protocolo nocturno,
sin saber que nos
compartimos entera pero desvanecidamente:
sin vernos, sin hablarnos,
sin oírnos, sin poseernos,
a partes, obtusas siempre.
Mortajadas, siempre a
mortajadas.