
Me gusta encontrarte siempre en las avenidas que no
cruzo,
debajo de los puentes incomunicados:
ecos unísonos que yacen bajo mi piel.
Adoro, también, rastrear palabras que se quedaron
enfermas
en las camas de los hospitales o agonizando
encerradas entre
pastas de libros viejos para hacerte un collar con
ellas, todas esas
que se pierden entre las calles cuando amanece sol
opaco.
¿Seremos iguales?
Cazamos luciérnagas de día y terminamos exhaustos
antes
del anochecer, nos pesa tremendamente la idea
de reconocerlas sin luz. Creemos encontrarlas.
Me escuchas. Es pregunta. No importa.
Del otro lado sé que me escuchas: en el asiento vacío
del
transporte que tomo todos los días para ir a
trabajar o
la carta que envío sin destinatario siempre me
respondes ávidamente,
de todas formas como recuerdas o aprendes,
comiéndome los ojos con
cada palabra que alimenta tu imagen.
Debajo este puente inválido te pienso tan seguido;
procuro saber de ti en los momentos oportunos y
extraviarte en aquellos donde me dificultas todo.
Somos par en la distancia, querella incomprensible
que
se reconocerá apenas sabida …
Del otro lado estaré o me esperarás,
como irrupción de ola que deviene caricia.