
Las distancias que siguen
prolongándose;
un nudo brownoideo, diría el
poeta, que
tercamente hizo una pausa en
su recorrido
para demostrar que este
encuentro siempre
le pareció fuera de lugar y
caduco al tiempo.
Dejemos sopesar nuestro
entusiasmo,
que las manecillas del reloj
deambulen a su gusto,
como mejor les venga en
gana, porque saben mejor
que cualquiera y congratulan
esperas insinuadas
entre los sollozos del por
qué.
He vivido separaciones
horrorosas,
pero ésta es como la astilla
que mancilla mis idas y regresos,
la que se estira en medio de
un nudo en la garganta,
ese que hace a la vez de
receptáculo del mensaje imperecedero,
del tartamudeo que he
aprendido a entender en ti mejor que
cualquier palabra, de la
mano ausente en el bolsillo y la mirada
que deja de ser para
convertirse en ventana que permite huir,
coladera que filtra o la
pluma que imprime.
Hoy, al tiempo le parecimos
débiles,
incapaces, temerosos, atolondrados.
Hoy el tiempo, ese señor sin
palabra, prefirió jugar con la casualidad
para hacernos creer que nos
apartaba un lugar en la eternidad, juntos.
El destino, para qué
mencionarlo, desde el primer momento nos separó.
Estamos dentro de ese grupo
de personas que prefieren atender
el llamado del destino como
el largo aliento que dará vida a este
encuentro conjurado a
palidecer, el que se postra en la entrada de
la alcoba para prometer
volver.
Imagen Belmorhea- Remembrance