En
los ojos del ego camina la tarántula
con
colmillos de mamut,
el
perfecto adulador del sentir:
máscara
del de los cuernos que caminan hasta el cielo.
Rey
de los amorfos espirituales,
incorporeidad
amoldada del lado flaco del hígado;
estorba
duele incomoda
sobrevive.
Intento
no evadir el tema, pero el ego se desdobla,
abarca
terreno y me mira sobre el hombro después
de
mandar a su hermano menor, el orgullo,
a
impedir resistencia.
Ausente
está de mí por las mañanas,
despierto
primero que él, y en mi alejamiento,
la
decepción de saberlo conmigo me hace extrañar
la
orfandad matutina del día siguiente.
Nos
aparta del enfrentamiento.
Se
llama huir, se llama envolvernos con la cobija
hasta
volvernos ovillo,
se
llama nadar en fuego sin desvenar el brazo,
se
llama dejar, dejar la huella como pista y no como testimonio,
dejar
de dar el embate frente al espejo,
la
presencia delgada y el tequiero dúctil.
Ego,
eres la madre sobreprotectora,
vulnerables
frente al mundo nos crees
y
aunque el calor apriete nos pondrás suéter
por
miedo a que enfermemos.
Tu
pecho, campo blindado donde nace
la
exhalación reprimida del suspiro zanjado,
surco
y acequia en manos del que inventa
embustes
justificando bienestar: materia fútil.
Se llama miedo,
miedo de reconocerte de
hueso frágil lagrima corta,
pecho angosto y pisada
ligera.
Se llama ego.